1. Ética general
Según comenta E.
Fromm:
La conciencia humanística no es la voz interna de una autoridad a la cual
estamos ansiosos de complacer y temerosos de ofender: es nuestra propia voz, que
está presente en todo ser humano y que permanece independiente de castigos y
premios exteriores. Y, al parecer, no solamente está presente en el ser
humano. Según afirma una investigación estadounidense, un grupo de siete
chimpancés hembras optaron por compartir un premio de comida con su pareja,
sobre todo si ésta se mostraba paciente. Este estudio confirma que la
generosidad (compartir) y el altruismo (tener presente al otro) forman parte
también de la especie superior de los animales. El experimento no invalida la idea de que la ética humana
evolucionó en los últimos seis millones de años, después de la separación de
los simios.
¿Qué entendemos por ética?
Aquella rama de la filosofía que estudia los fundamentos racionales de la
conducta humana sobre el bien y el mal. La ética reflexiona sobre los valores;
por tanto, se trata de una disciplina normativa. No describe cómo se comportan
las personas (“lo que hay”), sino que plantea cómo deben comportarse (“lo que
debe haber”). Ética y moral se diferencian en que la segunda recoge un conjunto
de normas que dirigen la conducta de las personas y de la comunidad; mientras
la primera consiste en una reflexión sobre los principios y los fundamentos de
estos códigos morales y su obligatoriedad (de donde derivan las leyes y el
derecho). Aunque en la práctica, a menudo, se confunden y se utilizan ambos
términos indistintamente. La ética rige un comportamiento honesto ante leyes no
escritas, es una cuestión de principios universales que dirigen las conductas
humanas en sociedad. Algo semejante a la democracia, que no es una cuestión de
normas (moral) de convivencia, sino de mentalidad en relación a los principios
de igualdad.
Los valores son
inseparables de la ética, que, evidentemente, está vinculada a la libertad del
individuo y su capacidad de discernimiento. Los valores son pauta y guía de
nuestro comportamiento. Un sistema de valores permite resolver conflictos y
tomar decisiones de forma consciente y responsable. La escala de valores será
la directriz en cada caso de los principios y reglas de conducta que se pongan
en funcionamiento. La carencia de un sistema de valores bien definido deja al
sujeto en la duda, a la vez que lo entrega en manos ajenas a su persona. Los
valores son el nexo de unión entre la ética y la moral.
La norma de la moral
kantiana:
“compórtate con los demás como desearías que se comportaran contigo”, o lo que
es lo mismo: “no quieras para los demás lo que no quieras para ti”, de donde
surge la universalidad y necesidad del deber, continúa siendo válida, aunque
demasiado abstracta. Es Max Scheler
quien funda su ética en contenidos esenciales y concretos, que son los valores,
ya que todo deber ha de fundarse en valores universales. Éstos son cualidades
objetivas que se hallan en las cosas mismas o en las acciones humanas. Los
valores son esencias ideales que se captan en una percepción afectiva.
Para este autor, existe una
jerarquía de valores que van de menos a más, ascendiendo desde una modalidad
inferior a otra superior. Optar por uno u otro valor, según el nivel que ocupa
en la escala, depende de la libertad del sujeto. Es aquí, en esta opción, en
esta toma de decisiones o preferencias, donde radica la moralidad del acto
humano, cuando elige una opción u otra, si existe conflicto entre valores de
diferente nivel. Por ejemplo, aunque una relación sexual tenga un valor
positivo a nivel sensible, sería un acto inmoral, si se realiza en oposición al
valor de la justicia y autonomía que debemos a toda persona; es decir, si lo
realizamos forzando la libre voluntad del otro, cuyo derecho a la justicia se
halla en un nivel superior.
Establecemos este cuadro
orientativo de la escala de valores y antivalores de M. Scheler:
VALORES VITALES
|
NIVEL SENSIBLE
|
Utilidad-inutilidad
Agradable-desagradable
Noble-vulgar
|
VALORES
CULTURALES
|
NIVEL SOCIAL
|
Estéticos:
bello-feo
Jurídicos:
justo-injusto
Lógicos:
verdadero-falso
|
VALORES
TRASCENDENTES
|
NIVEL DE CONCIENCIA INTENCIONAL
|
Autonomía,
libertad
Autenticidad
Solidaridad
|
Define la calidad de la
persona y su grado de madurez el escoger los valores de nivel superior por
encima de los de nivel inferior, en caso de conflicto de deberes. Los valores
trascendentes deben primar sobre los culturales y los vitales. Sería inmoral
optar por algo agradable, aunque sea injusto.
La inmoralidad del llamado
pensamiento único, de ideología neoliberal, base del movimiento actual de
globalización, radica en la reducción que efectúa de todos los valores a los de
nivel sensible, como lo útil, agradable o placentero y económico, tal como
pretende una “antiética” del éxito y del oportunismo.
Este discurso del
pensamiento único sostiene como valores primordiales tan solo cuatro aspectos
de la realidad, que corresponden
al ámbito vital y nivel sensible. Éstos son:
1. El mito del progreso y bienestar creciente
2. La hegemonía de la técnica y de los mercados
3. El dogma de los medios de comunicación, como
un proceso informativo manipulable y propagandístico, adaptado a la sociedad de
consumo, más que como intencionalidad de comunicación
4. La creencia en la inevitabilidad de la
globalización del capital
En este caso se pretende
identificar hechos y valores. No es el pensamiento el que es único, es la
realidad -afirman-. De esta forma, el discurso que se impone como una renuncia
a las ideologías, y la aceptación de una “religión” de la época, que consiste
en adoptar los valores que la definen. Éstos son globalizados, homologados y
uniformados, idénticos para todos: el bienestar y la utilidad por encima de cualquier
otro. El bienestar, como valor primero, se conseguirá a partir del imperio de
la técnica y de los medios de comunicación. No importan los medios que se
utilicen, sino los resultados.
En su obra Ordo amoris,
Scheler lamenta que: es una opinión corriente en el dominio estético y
ético que lo que determina lo que es bello o feo, lo que es valioso
artísticamente o lo que no lo es, lo que es bueno o malo, es tan solo cuestión
de gustos.
Una toma de decisiones de acuerdo con la
jerarquía de valores, señalada, presupone adecuación del pensamiento maduro y
un equilibrio suficiente para evitar los conflictos tanto del propio sujeto
como en relación con los otros.
Ortega y Gasset
confirma la filosofía de Scheler al decir que los valores no son lo agradable o
desagradable, los valores son objetivos y concretos. Por tanto, pertenecen a la
realidad de las cosas, están en ellas. Percibimos los valores de forma
semejante a como conocemos las matemáticas, que se captan como un sistema
objetivo de la realidad del mundo.
En un escrito anterior
he descrito el concepto de sociedad:
El estado se fundamenta en una
eventual comunidad de vida y no únicamente en una sociedad de fines. Esta
comunidad está unida por la simpatía vital, que no es, ciertamente, la del
contagio de la masa o rebaño común a los animales, sino que esta unidad social
se constituye en un convivir y revivir. Esto presupone un comprender al otro, y
de aquí la actitud solidaria.
Esta comunidad de vida
forma la sociedad democrática, una voluntad común donde predomina el principio
de la mayoría. Esta mayoría debe entenderse como eventual, para evitar la
violencia que representaría cuando esa voluntad de la mayoría fuese impuesta de
forma permanente y antidemocrática a una minoría. No podemos obviar que no
existe sociedad sin comunidad, pero sí comunidad sin sociedad, como el caso de
minorías culturales, que merecen respeto y aceptación.
Si hablamos del fundamento
no religioso de la ética (principios filosóficos de reflexión sobre la conducta
moral), los valores (aquella cualidad que hace decir de algo que vale o no vale, que es bueno o malo, en
relación a las cosas y acciones humanas) y la moral (conjunto de normas
establecidas para una convivencia en justicia y armonía) hemos de recurrir a la
universalidad y comunidad de los sentimientos, que son comunes a todos los
humanos. La empatía es el fundamento de la moral.
Lo confirman los escritos
de D. Hume, A. Smith, A. Schopenhauer y M. Scheler. Por su parte, F. Schiller,
relaciona estética y ética, en su obra Cartas sobre la educación estética de
la humanidad (1795), donde expone las condiciones de la educación en
valores, a partir de la educación de la sensibilidad a través del arte. Por
medio de la sensibilidad aprendemos a captar la belleza de la naturaleza y del
arte: sine estetica non est etica (sin estética no puede haber ética). A
partir de ese aprendizaje, podemos llegar a captar, más allá de los sentidos,
la belleza del acto moral y su trascendencia; que nos llevará a una nueva
dimensión de cooperación social, solidaridad y compromiso, en base de la
empatía con el prójimo. Pues, tal como hemos señalado, la sensibilidad y las
emociones forman parte de un lenguaje común y universal que une a todos los
humanos.
La ética humanística
pretende dar respuesta a los tres grandes interrogantes de la conducta moral:
1. ¿Los principios y valores éticos son
objetivos o subjetivos? ¿Radican en las cosas y acciones mismas o son puramente
convencionales?
Platón se
plantea esta mismo tema a través
de un diálogo de Sócrates con Eutifrón, en que Sócrates le pregunta: “¿lo que
es bueno es querido por los dioses, porque es bueno; o es bueno, porque es
querido por los dioses?”
De forma
semejante, en la poesía épica de la Ilíada, que relata la lucha entre
griegos y troyanos, se recoge el siguiente diálogo entre Héctor y Troilo:
Hermano -dice
Héctor- ella no vale lo que nos cuesta conservarla (comentando el caso
del rapto de Helena por Paris, hermano de ambos, y la guerra consecuentemente
desencadenada).
-
Troilo: ¿Qué
valor puede tener una cosa sino el que nosotros le demos?
-
Héctor
replica: No, el valor no depende de la querencia individual: tiene su propia
estimación y dignidad, que le compete no menos en sí mismo que en la
apreciación del hombre.
Los valores
tienen un carácter objetivo, consistente en una dignidad (cualidad) positiva o
negativa que en el acto de valoración (juicio de valor) reconocemos. Valorar no
es dar valor a aquello que de por sí no lo tenía, sino reconocer la valía
residente en una persona, un objeto o una acción.
2. ¿Los principios éticos y los valores son
universales? ¿Cuál es el fundamento que los hace comunes a todas las personas,
independientemente de su cultura o religión?
Adam Smith
afirma que de los sentimientos surgen los valores morales, que hacen posible la
convivencia en una sociedad justa, pacífica, libre y próspera. Para este autor,
la moral se fundamenta en la universalidad de los sentimientos comunes a todos
los humanos. En su obra podemos leer:
Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente
en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de
los otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no
derive de ella nada más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de
lástima o compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la
vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida.
En consecuencia, el sentir mucho por los demás y poco por nosotros
mismos, el restringir nuestros impulsos egoístas y fomentar los benevolentes,
constituye la perfección de la naturaleza humana.
La existencia de un
sentimiento común intersubjetivo es el fundamento de la ética y los valores
universales (reconocidos por todos). El egoísmo, incompatible con la empatía,
sería una forma inhumana de vivir. Schopenhauer
expresa claramente esa necesidad de compasión para con el prójimo, algo común,
y podríamos afirmar, innato, cuando nos dice que: una vida feliz es imposible,
cuanto más, lo que se puede alcanzar es una vida heroica. La alcanza aquel que
en cualquier forma y en lo que fuere lucha a favor de lo que de un modo o de
otro es para el bien de todos.
3. ¿Los fines justifican los medios?
A este tercer interrogante
podemos responder con una obra de Dostoyevski, Crimen y castigo, de
1866, donde planea a todo lo largo de la historia este dilema. El autor, dentro
de la literatura realista rusa, expone el caso del joven Raskólnikov, que, por
pobreza y razones teóricas, piensa que sería lícito matar a una vieja usurera,
con el fin de ayudarse él mismo, a su hermana (dispuesta a casarse por interés)
y a su madre a salir de esta situación. Realiza tan nefasta acción, aunque
luego se denuncia a sí mismo, por el influjo recibido de una muchacha pobre,
Sonia, quien se prostituye para dar de comer a su familia. Raskólnikov es
deportado a Siberia, a donde le sigue la joven Sonia, con cuya compañía
consigue recuperar el sentido moral.
El autor está escribiendo contra
el trasfondo de una ética utilitarista, basada en el “principio de utilidad”.
Según esta ética, surgida en Inglaterra en los ss. XVIII y XIX, por influjo de
Bentham, James Mill y Stuart Mill, es moralmente justo aquel acto que provoca
mayor placer o felicidad en el mundo. De forma que la bondad o justicia de un
acto se basa en que genere la máxima utilidad, o sea, el acto no está sometido
a unos principios abstractos inamovibles, sino a las consecuencias o resultados
que se deduzcan de la acción.
Esta cuestión
se acabará de explicitar cuando hablemos de las características de la ética
humanística, en particular con Simone de Beauvoir.
2. Características de la ética humanística
Las principales
características de la ética humanística nos las proporcionan el pensamiento de
Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre
y Simone de Beauvoir, dentro del ámbito de la Filosofía Existencial, de
tanta influencia en la teoría del Análisis Transaccional.
a) Martin Heidegger (1889-1976) aporta a la
ética humanística el concepto expresado por el vocablo alemán Dasein,
con significado de “estar-en-el-mundo” y
“estar-con-los-otros-para-ser-uno-mismo”, teniendo preocupación (en alemán Sorge,
cuidado) por el ser de los demás. Para este autor, solamente se puede llegar a
realizarse como persona en la autenticidad a partir de la participación con los
otros y con la sociedad. No puede concebirse el existir solipsista o “autista”,
sin contar con los demás y contribuyendo, en lo posible, a su propia
realización.
Existir y asumir la conciencia de la propia
existencia y de la de los demás conlleva preocupación, porque hay muchas formas
de existir y muchas posibilidades. Esta actitud ante la vida nos lleva a la
acción para intentar mejorar la sociedad en la que vivimos, lo que nos provocará
ineludiblemente angustia existencial. Ésta, sin embargo, será la base, una vez
asumida, de nuestra mejor realización y la fuente de nuestros mayores logros.
El Dasein como existencia es libertad
para tener un proyecto de vida, que es el nuestro. Puede ser auténtico, en
cuanto presupone aceptar la contingencia del ser; o bien inauténtico o trivial,
por desconocimiento de nuestro proyecto de vida y olvido de la precariedad del
ser.
A la existencia auténtica se llega a través
de la aceptación de la angustia vital y del coexistir con los demás, en una
comunicación sincera. A diferencia de la existencia inauténtica, en que las
personas pueden vivir juntas, sin llegar a compartir la existencia y
desconociéndose las unas a las otras. Tomar conciencia de nuestra precariedad
quiere decir asumir la ineludible posibilidad de la muerte; de manera que
aceptar la existencia humana compartida es un percatarse de
“ser-para-la-muerte”. Aunque
Hannah Arendt, discípula de Heidegger, matiza en su obra La condición humana
(1958) esta visión, afirmando que: las personas, aunque hayan de morir, no han nacido para eso, sino
para comenzar. Donde se pone de manifiesto una actitud vitalista y
esperanzadora. Esta esperanza se basa en la reproducción del ser humano frente
a su mortalidad; aquella representa la capacidad para empezar algo nuevo.
b) Jean-Paul Sartre (1905-1980) manifiesta su
ética desde el prisma del compromiso social y la acción. La conducta humana
debe convertirse en un instrumento colectivo de emancipación. Entendiendo por
ésta el crecimiento personal (potencial humano) y la comunicación auténtica con
los demás; logrando, de esta forma, una reflexión crítica sobre las diferentes
situaciones sociales y una participación activa para la transformación positiva
de la sociedad. Sin participación social no hay ética. El compromiso (en
francés, engagement) hace que la neutralidad política sea imposible y
que una vida individualista, centrada en uno mismo, sea inviable para la plena
realización como persona. Desde este punto de vista, la persona egocéntrica no
solamente resulta inmadura, sino incluso amoral.
Se trata de pasar del “ser-en-sí” (mundo
exterior) al “ser-para-sí” (conciencia y responsabilidad), hasta llegar al
“ser-para-nosotros” (intersubjetividad).
Para la ética humanística y existencial, la
esencia de una persona, aquello que la define, es lo que construimos nosotros
mismos mediante nuestros actos. La existencia precede a la esencia, ya que cada
sujeto construye su esencia en la medida que va tomando decisiones para realizar
su vida de una u otra forma. Aquí radica la ética de la responsabilidad: al
hacerse a sí mismo (autorealización) el sujeto se hace responsable de su ser,
y, al mismo tiempo, también se responsabiliza del ser de los demás, puesto que
sin ellos no es posible realización alguna ni asumir compromisos sociales.
Lo que esta ética humanísticaquiere
demostrar es el carácter absoluto de la libertad, por la que cada persona se
realiza al construir su propia identidad. La ética sartreana se basa en esta
tetralogía de conceptos: libertad, autenticidad, responsabilidad y compromiso.
Esta ética de la responsabilidad que plantea Sartre, la presentó
anteriormente el sociólogo Max Weber (1864-1920), como una controversia con la ética de la convicción.
Mientras la ética de la responsabilidad es teleólógica, en el sentido de que
considera las consecuencia de la acción (tal como veremos a continuación en S.
de Beauvoir), la ética de la convicción se atiene a normas establecidas por
alguna jerarquía, política o religiosa, a la que se está fuertemente adherido,
o sea, la autoridad; y en este sentido se habla de “mis convicciones”.
En la obra de F. Dostoievski,
Los hermanos Karamazov, en el cap. V: “El Gran Inquisidor”, se encuentra
un modelo de ética de la convicción, cuando se narra que Cristo es condenado
nuevamente, en su profetizado regreso a la tierra (lo que tiene lugar en
Sevilla), a ser quemado vivo por la Inquisición Española. Acusado, esta vez, de
haber otorgado al género humano la libertad. Libertad para discernir el bien
del mal.
Pero los hombres no quieren la libertad,
tienen miedo de ella, necesitan una autoridad en quien delegarla, una Iglesia
de Roma que les diga lo que tienen que hacer y no hacer y les convenza de que
la renuncia a esa libertad en favor de esta autoridad es la gran libertad: les
persuadiremos de que sólo serán libres si abdican de su libertad en favor
nuestro, dice el anciano cardenal, Gran Inquisidor. Esta es la ética de la
convicción, la de un sobrio y octogenario cardenal de la Iglesia de Roma.
Los hombres temen la libertad que contrajeron
al nacer, tienen miedo de equivocarse, pero se tranquilizan si saben que la
Iglesia les perdonará, porque tiene poder -otorgado por Cristo- de “atar y
desatar”: El hombre prefiere la paz e incluso la muerte a la libertad de
discernir el bien del mal [...] porque el hombre queda enloquecido bajo el peso
tan terrible de la libertad de escoger.
c) Simone de Beauvoir (1908-1986) sigue la senda
de los dos anteriores buscando una ética de la autenticidad, aunque precisando
un poco más lo que puede entenderse por auténtico; al distinguirlo de la
ingenuidad, el relativismo o la falta de oportunidad de una acción, aunque ésta
sea moralmente buena. Lo que sí queda claro para esta autora es que las “buenas
intenciones” no bastan, e, incluso, pueden resultar nefastas.
Su obra Para
una moral de la ambigüedad
representa un trabajo de análisis de las acciones humanas, a través del prisma
de cierta relatividad ética, en la
toma de decisiones frente a la acción; que siempre es contemplada como el
ejercicio de la propia libertad.
En todo acto
moral se requiere tener previsión de las consecuencias de nuestras
intervenciones, de las que somos siempre responsables. Ello pone de manifiesto
la problemática entre libertad y responsabilidad.
Para
Beauvoir la ambigüedad es la condición de la moralidad. Un exceso de
dogmatismo, de seguridad en las normas, de “recetas de moral”, nos llevaría a
una moral abstracta, que podría incluso generar violencia para imponer sus criterios.
El tema
fundamental de este libro sobre ética y moral es demostrar que por mucha pureza
que contenga una intención, un fin, éste no puede justificar determinados
medios, si atentan contra la libertad del otro, tanto en el ámbito
político-social como individual:
Rechazamos a los inquisidores que quieren crear desde fuera la fe y la
virtud. Rechazamos a todas las formas de fascismo que pretenden lograr desde
fuera la felicidad del hombre. Y también rechazamos el paternalismo que cree
haber hecho algo por el hombre prohibiéndole algunas posibilidades, aunque
contengan riesgos, cuando era necesario darle razones para su autocontrol [...]
Querer impedir a un hombre errar, es impedirle el cumplimiento de su propia
existencia, es privarle de su vida.
La violencia
nunca está justificada cuando se opone a la libre voluntad de otras personas.
Tal como comenta Kant, el valor de un acto no reside solamente en su
conformidad con unas normas determinadas, sino en su verdad interior. La ética
humanística rechaza todo principio de autoridad. El ser humano posee una gran
complejidad y, a veces, resulta difícil saber hasta qué punto una acción es
buena o mala. Lo que queda claro es que no se puede tomar cualquier decisión,
que afecte a la propia vida o a la de otros, a costa de no importa qué.
Cuando se
pretende un objetivo, lo primero es preguntarse:
1º. ¿Qué medios voy a emplear para conseguirlo?
2º. ¿Estos medios son honestos y respetan la libertad de los otros?
3º. ¿Cuales serán las consecuencias previsibles de esta acción
aparentemente buena?
4º. ¿A cambio de qué lo voy a conseguir? ¿Cual es su “precio”?
Para
ilustrarlo nuestra autora recurre a una obra teatral de Henrik Ibsen, titulada El
pato salvaje (1884), cuyo argumento sintetizado es el siguiente:
Un fotógrafo, Ekdal, de escasos recursos económicos, está casado con
Gina, y tiene una hija, Edvige. Un amigo de la familia, Werle, “de peligrosos
idealismos morales”, sabe que la esposa de su amigo Ekdal ha tenido relaciones
íntimas con el padre de él, y cree, de buena fe, que sería mejor que su amigo
conociera la verdad y la asumiera, para poder vivir sobre una base de
autenticidad. Al enterarse de la infidelidad de su esposa por medio de su
amigo, Ekdal, el fotógrafo, decide marcharse de casa; pero no tiene fuerzas
suficientes para hacerlo. Pero, al sospechar que Edvige no es hija suya,
empieza a tratarla de una manera distante y agresiva. La niña, desesperada y
sin conocer el cambio de actitud de su padre para con ella, decide sacrificar
un pato salvaje de su propiedad, que vive en el desván de la casa familiar y a
quien ella quiere mucho, pensando fantasiosamente que con ese sacrificio podría
recuperar el cariño de su padre. Finalmente, Edvige utiliza la pistola, que
había sustraído a su padre, contra ella misma, y se mata. El fotógrafo se
reconcilia con Gina, pero nada volverá a ser igual.
Simone de
Beauvoir comenta este episodio diciendo: “un individuo vive en una situación de
engaño, el engaño es violencia, ¿diré la verdad para liberar a la víctima?”.
Ella misma responde: “sería necesario antes haber creado una situación tal que
la verdad fuese soportable y el individuo engañado encontrase razones para
esperar”.
Podemos
observar que la libertad de cada uno, interfiriendo con la ajena, se convierte
en un problema complejo y de solución no fácil. Debe encontrarse un equilibrio
entre el fin que se pretende conseguir, los medios que deben ser siempre
honestos, las consecuencias e, incluso, la oportunidad ¿es ahora el momento
preciso para esta acción?
Este tipo de
moral no es abstracta, ni formal como la kantiana, tampoco es individualista,
es una moral social, responsable y de circunstancias, de situaciones concretas,
que deben analizarse, y aplicar en cada caso de distinta forma; de aquí surge
su ambigüedad.
La ética humanística,
independiente de la autoridad de los dogmas religiosos, busca la autenticidad,
que se encuentra en la solidaridad y el altruismo; y ha influido en otros
autores modernos y postmodernos, como son:
- J. Habermas:
ética del discurso en una democracia deliberativa (diálogo crítico)
- K. O. Apel: ética de la corresponsabilidad
solidaria
- G. Vattimo: ética de la interpretación
(hermenéutica)
Estas éticas, como la
señalada humanística, evitan asimismo el principio de autoridad y procuran el común consenso de solidaridad.
Nuestra opinión se orienta
hacia una fundamentación ética cuyo origen debemos encontrarlo en la
programación genética para captar los valores. De forma semejante a como ocurre
con el lenguaje según Noam Chomsky,
padre de la gramática generativa.
Según este
especialista, existe un dispositivo cerebral innato y especializado que nos
permite aprender el idioma materno en la más tierna infancia, casi de forma
automática, con solo oírlo en el seno de la familia. La genética y la
neurología moderna le dan la razón, probablemente en función de las áreas
corticales de Broca y de Wernicke. Somos de la opinión que de forma semejante
se aprenden los principios éticos, con base a los sentimientos vividos en la
infancia, en particular el amor y la solidaridad.
Josep Lluís
Camino